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Tercera Parte: Capítulo 6

CONTRAPUNTO

Que tu religión sea menos una teoría y más una aventura amorosa.

Gilbert K. Chesterton

Enséñale a un hombre una regla y le ayudarás a resolver un problema; enséñale a un hombre a caminar con Dios y le ayudarás a resolver el resto de su vida.

EL DESPERTAR DE LOS MUERTOS John Eldredge

Distrito de San Telmo, Buenos Aires, Argentina

Todas las metáforas tienen sus debilidades. Cuando se les presiona demasiado, pueden comunicar algo que distorsiona la realidad en lugar de aclararla. Una debilidad en la metáfora de la iglesia como una brújula es que tanto la brújula como el uso que se hace de ella es mecánico, no relacional y, retratar el cristianismo como algo no relacional, es una perversión.

Muchos de los problemas que han atormentado al pueblo de Dios es el resultado de una visión mecánica de la fe. Diferentes tradiciones han caído en esta trampa de diversas maneras, pero siempre es una variación de la fórmula “X = Y” a fin de conseguir los resultados deseados: han enseñado que si haces “X” cosa (por ejemplo pagar una indulgencia… ser bautizado… recitar la “oración del pecador”, etcétera), automáticamente, o de forma bastante mecánica, obtendrás “Y,” lo cual muchas veces es “ser salvo” o estar bien con Dios.

En contraste con este acercamiento mecánico, algunos, entre ellos mi referente, C.S. Lewis, comparan la vida cristiana con un baile. Sin embargo, mi experiencia con el baile no me había enseñado mucho acerca de mi fe… hasta que intenté bailar el tango. Siempre había escuchado el dicho “el tango es de a dos”, pero, cuando intenté bailarlo, me di cuenta de que nunca había entendido realmente lo que eso significa.

Terence y Noelia, su novia en aquel entonces y ahora su esposa, habían estado tomando clases en una milonga (salón para tango) por lo que nos invitaron a Tim, a Chase y a mí, a unirnos en esa aventura. Aunque veníamos hablando de eso durante más de un mes, no fue sino hasta que estuve al borde de la pista de baile que me di cuenta, con pánico creciente, que no sabía absolutamente nada acerca de cómo bailar el tango. El lugar estaba virtualmente vacío, lo que redujo mi nivel de pánico ya que serían pocas las personas que verían lo mala bailarina que era y, al convencerme de que esa sería una experiencia única en mi vida, hice esfuerzos para controlar mis sentimientos y me uní a Tim y a los otros cinco estudiantes en la pista de baile.

El primer ejercicio sonaba sencillo: caminar de un lado a otro de la pista, siendo dirigidos por el torso y no por los pies. El maestro lo modeló y dio indicaciones a cada uno pero, a pesar de que realmente me concentré, sentí que sólo estaba caminando lentamente. El segundo ejercicio era caminar hacia atrás con la misma postura inclinada, pero ahora en vez de ser guiada por mi torso, mis talones se adelantaban mientras que la parte superior de mi cuerpo estaba inclinado hacia atrás, suspendido en el espacio. Esto no se parecía a nada que hubiera hecho antes.

Después de algunos ejercicios más complicados, en los que agregábamos un movimiento de pie a cada paso, formamos parejas y empezamos a dar vueltas a la pista de baile. Todavía no tenía en claro el objetivo exacto, pero asumí que tendría que ver con añadir otra persona a nuestro avanzar inclinados. Y así fue. Con nuestras manos puestos en los hombros de la otra persona, tal y como los estudiantes en una clase de danza de los años cincuenta, Tim caminaba hacia mí mientras que yo daba largos pasos hacia atrás.

El instructor se nos acercaba periódicamente, estudiaba nuestra postura y me decía, “Tres minutos. Por tres minutos la dama debe dejar de guiar, luego puede volver a dirigir.” Yo no le entendía; pensé que tal vez en el tango se hace algo parecido a las pistas de patinar, donde todos van en un sentido durante tres minutos y luego cambian para ir en el sentido opuesto. Pero esta idea no me convenció. El instructor debió ver la falta de comprensión en mi rostro, porque la tercera vez lo dijo en inglés, lo que, desde luego, no me ayudó. Yo entendía las palabras; sólo que no tenía idea lo que estas significaban. En el transcurso de la noche me di cuenta que era su forma de decir que, por ese breve espacio de tiempo, la muchacha debe dejar que el hombre la guíe. Si ella no lo hace, podrán bailar cientos de otros bailes, igualmente disfrutables, pero no será un tango.

A veces el obvio paralelismo con la vida cristiana me distraía: meditaba en que quiero vivir mi vida de acuerdo con los deseos de Dios y el trabajo que él está haciendo en el mundo y hacia este fin intento escucharle y responder en obediencia, pero lo que el tango reveló me he hecho reflexionar.

En algún momento durante la noche hice pareja con Terence y, cuando él regresó a la mesa, Tim le preguntó, “¿Cómo les fue?”

Terence rió entre dientes y contestó, “En serio, ella no sabe seguir”.

Sé que me cuesta “obedecer,” pero me impactó experimentar lo difícil, lo casi imposible que es para mí escuchar y seguir. Verme un poco más tal y como soy me ayuda ser humilde antes Dios y a pedirle su ayuda para ser mas sensible a su voz.


Nuestro instructor nos había informado que el tango es un “baile de club social”, lo cual significa que no siempre se baila con la misma persona, así que cuando vi que Tim se había aburrido y quería sentarse en la mesa con Chase, decidí bailar por turnos con los dos alumnos varones. Estos habían tomado lecciones de tango por más de una hora, por lo tanto habían llegado más lejos que Tim en la curva de aprendizaje. Su liderazgo me ayudó a entender un poco más lo que el tango podría llegar a ser.

El estilo de liderazgo de uno era todo menos sutil; me tomaba los hombros y me empujaba en la dirección que quería que fuera. Estoy segura de que si yo hubiera tenido más experiencia, me habría molestado, pero, en ese punto de mi carrera en el tango, me ayudó. Me percaté que al inclinarme hacia mi compañero al tiempo que estiraba hacia atrás la pierna que no me estaba sosteniendo, se creaba un espacio en el piso que permitía que él estableciera el siguiente paso. Al enfocarme en darle este espacio para que me dirigiera, finalmente hubo algunos minutos en que sentí que estábamos bailando y experimenté el cómo podría funcionar esta idea contra-intuitiva de que dos seres se muevan con gracia en una dirección, aun cuando la persona que llega primero no sea la persona que sabe adónde van.

Mi segundo compañero no mostraba tanto interés en moverme por la pista de baile, sino en que yo prestara atención a lo que estaba pasando en el momento. Había disfrutado moverme con el otro, así que, sin darme cuenta realmente, intentaba anticipar cuál sería el siguiente paso y me dirigía a donde yo pensaba que él quería ir.

“Sé paciente”, me regañó el instructor, “Espera a que él te diga qué hacer”.

Este compañero pasó lo que parecía una cantidad exagerada de tiempo haciéndome enfocar en su conducción, alternando su peso de un pie al otro sin avanzar. Una vez que me acostumbré a este estilo de trabajar juntos, alcanzamos un nuevo nivel de fluidez. Como resultado de hacerme ir más despacio y de forzarme a prestarle atención, con este compañero fuimos capaces de movernos relativamente bien en pasos más complicados que mi primer compañero ni siquiera había intentado.

Los demás de mi grupo abandonaron la clase y se encontraban conversando y comiendo empanadas en una de las pequeñas mesas con cubierta de mármol que rodeaban la pista, pero yo no quería dejar de bailar; estaba fascinada con esta oportunidad de aprender acerca de escuchar y responder.

Mis lecciones de tango me mostraron que mas allá de ser un mala seguidora, también soy torpe e impaciente. Me distraigo fácilmente. Me encuentro tan ocupada pensando en mil cosas que olvido prestar atención a las indicaciones de mi compañero. Y aunque nunca estuve cerca del punto de escuchar y abandonarme al ritmo de la música, de vez en cuando, por unos pocos pasos, el baile fluyó y pude pensar, “Esto es bailar tango”.

Durante la clase desarrollé un entendimiento muy elemental del tango pero, no fue sino hasta el final de la noche en que descubrí el verdadero significado de la frase “el tango es de a dos”. Cuando habían pasado varias horas, el instructor se acercó y nos dijo a mi compañero y a mí, “Para el último baile de la noche, vayan a la posición mano-en-mano”, y puso mi mano derecha en la mano de mi compañero y me explicó: “Puedes poner tu otra mano en su hombro o aquí” y colocó mi brazo alrededor de la parte superior de la espalda de mi compañero y acercándome hacia él.

Sobresaltada por este mayor contacto con un desconocido, traté de apartarme un poco y dije, “Me apoyaré en su hombro, gracias.”

En esta postura— y con uno de los brazos de mi compañero extendido sosteniendo mi mano y el otro alrededor de mi cintura—me di cuenta con rapidez que cuando te inclinas hacia alguien y no puedes detenerte con tus dos manos, de hecho te recargas sobre la persona. Esta nueva realidad me desconcertó y, con mi poca destreza en el tango, cualquier distracción arruinaba por completo mi habilidad de seguir a mi compañero. Después de tropezar alrededor de la pista de baile hasta que terminó la canción, le di las gracias a mi compañero y me reuní rápidamente con mi grupo, que estaba listo para partir.

Camino a casa meditaba en la diferencia entre moverse en armonía con alguien y literalmente recostarse sobre él: Sin la otra persona, en el primer caso, yo simplemente bailo sola; en el segundo, me caigo. Lo que me hizo preguntar, ¿Qué pasaría si Dios desapareciera de nuestro “baile”? ¿Caería? o ¿Dependo tanto de mí que podría seguir un buen rato sin darme cuenta? Intentar bailar tango mientras me apoyaba en los hombros de mi compañero era entretenido, pero, cuando era su cuerpo que soportaba el mío, de pronto se convirtió en algo íntimo, algo realmente de a dos.

Muchos de los líderes que Tim y yo conocemos están buscando una fórmula para el éxito en sus ministerios. Quieren encontrar los pasos mágicos que, correctamente ejecutados, produzcan automáticamente los resultados deseados. Pero Dios no es una máquina de bebidas que te da lo que quieres si le metes el dinero adecuado sino que es un ser relacional que tiene tantas ganas de disfrutar una relación con nosotros que asumió nuestras deudas. Existen bailes que se compone de pasos básicos que puedes hacer mecánicamente, pero el tango no es uno de ellos; no fluye de reglas o patrones, sino de una interpretación de la música, de la intimidad y de la comunicación entre los compañeros.

Al día siguiente de nuestras lecciones de tango, Tim me mostró los videos que me había tomado en la pista de baile. Resultó de lo más aburrido verme dar pasos lentos y torpes por la pista de baile. Lo menciono para recordarnos que lo estimulante e íntimo que vemos en un buen tango no aparece gratuitamente, requiere de práctica y de una búsqueda consciente. Pero si ponemos nuestra mano en la de Dios, nos recostamos en él, y aprendemos a sentir su dirección, nos guiará a pasos que ni siquiera podríamos soñar.
 
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