lunes

Primera Parte: Capítulo 2

DISONANCIA Y CAMBIO

Todo cambia, Lou Emma, el truco es poder cambiar con ello.
THE MOTORING MILLERS Alberta Wilson Constant


Hoy dame una nueva idea, una nueva visión
Que revolucione mi vida y rompa mi tradición.
Hoy revélame tus misterios, tus verdades Señor
Que me desafían y pongan a prueba mi amor.
DAME UNA NUEVA VISION Miguel Cassina

Aquí y ahora

Estoy convencida de que la perspectiva de una persona está íntimamente ligada al lugar en que se encuentra y a los lugares en que ha estado. He visto que cuando realmente aprendo algo, es debido a una convergencia de factores tanto en mi vida interna como externa, tales como pensamientos, información, conversaciones, observaciones y experiencias personales. Una vez que he aprendido algo en un contexto, puedo entonces extraer el meollo de lo que he llegado a entender desde esta matriz y pasarlo a otras que están en otros contextos.

En The Contemplative Pastor [El pastor contemplativo] Eugene Peterson observa que, «Prácticamente todo en la Escritura está enraizado en lugares específicos y tiene que ver con personas que conocemos por nombre-–no hay abstracciones elevadas ni generalidades arrasadores…». Lo que escribo aqui tiene abstracciones y generalidades, pero, al menos los encabezados te darán una idea del contexto en el que las ideas tomaron forma.
Ahora es 12 de septiembre de 2006. Aquí: fisicamente estoy sentada frente a un escritorio en el departamento de Terence en disfrutando de una taza de té negro acompañado de rebanadas de manzana bañados en dulce de leche después de correr 3 kilómetros por el vecindario de Martínez, pero interiomente estoy viviendo una etapa de transision porque después de vivir diez años en el altiplano central de México, mi esposo Tim y yo nos hemos mudado a Orlando, Florida. Técnicamente, somos «misioneros con licencia», pero esas palabras tienen muy poco que ver con la manera en que nos vemos o con lo que estamos haciendo. Cada vez que tratamos de tener una conversación significativa sobre la etapa que estamos viviendo, sentimos una profunda desconexión entre nuestra vida, lo que amamos, y las palabras que usamos para describir ambas.

«Ahora que salieron de México —nos preguntan los miembros que son responsables del comité de misiones— ¿siguen siendo misioneros? ¿Todavía necesitan fondos de nuestro presupuesto para misiones?»

Les respondemos: «Seguimos dentro de nuestra organización misionera y seguimos haciendo las mismas cosas que cuando vivíamos en México, proveyendo recursos y capacitación para líderes de jóvenes de toda América Latina. Sólo que ahora lo estamos haciendo desde Orlando en lugar de hacerlo desde Toluca.» Sin embargo, sabemos que necesitamos encontrar una mejor respuesta porque las personas nos miran perplejas y no entienden cómo podemos servir a la gente que vive en América Latina si estamos viviendo en Orlando.

A seis meses de iniciada nuestra «licencia», estuvimos dirigiendo unos talleres para líderes de jóvenes provenientes de toda Sudamérica en la convención de Especialidades Juveniles en Mendoza, Argentina, la cuarta conferencia en que habíamos participado en el año. Cuando estábamos preparándonos para dormir después de un día pleno en el que pasamos un tiempo revitalizante con buenos amigos y colegas, sin mencionar el maravilloso privilegio de apoyar presencialmente a cientos de líderes juveniles, Tim me dijo: «Necesito una nueva vida. Una que no incluya la palabra “misionero"».

Cuando acabábamos de entrar a nuestra organización misionera, SEPAL (Servir Pastores y Lideres), a mediados de los 90’s, pensé que mi disgusto por la palabra «misionero» era simple orgullo. Me hacía evocar imágenes de gente de mediana edad mal vestida; gente de quien, en las palabras de Marianne Dashwood, «todos hablan bien, pero con quien nadie quiere hablar». Esas imágenes, formadas a través de años de asistir a incontables reuniones y eventos relacionados con las misiones mundiales, no tenían nada en común conmigo a mis veintitantos años. Pero ahora sé que la desconexión, entre nuestro llamado y el estereotipo que se ha asignado a los misioneros, es mucho más profunda.

En una conferencia acerca de misiones llevada a cabo por una de las iglesias que nos apoyan, le presentaron a Tim un misionero que trabajaba en Centroamérica. Debido a que trabajamos en esa región y a que siempre estamos buscando expandir nuestra red de compañeros de ministerio, Tim le preguntó al hombre lo que hacía. El misionero lo miró perplejo y dijo: «Soy misionero».

«Claro—respondió Tim—También nosotros somos misioneros, y proveemos recursos y capacitación para líderes de jóvenes a través de todo el mundo hispanohablante. ¿Qué hace usted?»

«Soy misionero».

Tim ya no tenía interés en trabajar con este hombre, pero estaba interesado en aclarar el punto-–no estoy segura de cuál punto exactamente…quizá el punto de que la palabra «misionero» no comunica adecuadamente todo acerca de la vida y trabajo de una persona, o tal vez el punto de que los misioneros deberían tener responsabilidades específicas—así que insistió, «Entiendo eso, pero ¿cuáles son sus actividades específicas cuando está en Honduras?».

«Soy un misionero, así que…–el hombre habló despacio y remarcando las palabras cuidadosamente, como hacemos cuando hablamos con alguien que pensamos que no puede entendernos—…predico en las iglesias, dirijo estudios bíblicos en hogares y visito a los miembros de la iglesia».

Hasta ese encuentro, habíamos olvidado que todavía existen personas así, gente cuyo acercamiento a las «misiones» no se ha desarrollado mucho en los últimos dos siglos, personas que se trasladan a un país en donde se ha conocido el Evangelio por más de cien años para hacer lo que la iglesia de esa nación podría hacer, debería hacer, y probablemente está haciendo. El mandato bíblico de hacer discípulos entre todas las naciones, etnias y personas no ha cambiado, pero las necesidades y el contexto de esas personas sí lo han hecho así como ha cambiado el mundo y el panorama religioso, de modo que nuestra manera de hacer el trabajo misionero tiene que cambiar o, al menos, ser examinado de forma crítica.

La angustia existencial de Tim y la mía, la disonancia entre la realidad de nuestras vidas y el vocabulario y las imágenes preconcebidas de la gente con la que interactuamos, forma parte de un cuadro aún más grande. «Las misiones» son sólo un elemento que forma parte de la totalidad de la iglesia, la cual se halla en la misma situación: la esencia de los principios bíblicos no ha cambiando, pero, debido a que el contexto en que se encuentra está cambiando, los modelos necesitan ser examinados y adaptados.

Winter Park, Florida, EEUU 2006-2007

Cuando Tim se mudó a Orlando para su primer trabajo después de terminar la universidad, en 1987, la población era de 460.000 personas y estaba creciendo a un ritmo de mil familias por semana. Aunque ha ido disminuyendo el ritmo de crecimiento desde aquel entonces, Orlando es ahora hogar de más de dos millones de personas y continúa siendo un caso de estudio acerca del cambio, como señaló la revista National Geographic en un articulo sobre la cuidad: «Todo lo que está pasando a los Estados Unidos de América está pasando aquí».

Durante los diez años que Tim y yo vivimos en México, los suburbios de Orlando se extendieron de forma dramática. Mi hermana menor vive con su familia en un área que a principios de los años 90 era huertas de naranjas y pastizales para ganado. Personalmente, me desagradan los suburbios—zonas nuevas donde las casas y tiendas se ven iguales a las que se encuentran en los demás suburbios del país. No obstante, muchas personas prefieren vivir en una casa nueva que no requiere mucho mantenimiento, especialmente si tiene acceso fácil a las plazas comerciales más nuevas.

Pero, no todos los cambios se deben a la expansión de los suburbios. Cuando Tim solía andar en patineta por el centro de Orlando en los años 80, este se hallaba virtualmente desierto en las tardes después que cerraban los bancos y la gente de negocios se iba a casa. Pero ahora la gente está arreglando las casas antiguas y preservando los enormes robles y los arbustos de azaleas a lo largo de las calles enladrilladas, aunque, no todas las casas viejas están siendo restauradas.

Desde que Tim y yo regresamos, hemos visto continuamente la demolición de casas en Winter Park, el área donde vivimos. Durante nuestras caminatas matutinas, miramos con gran interés los cambios en el vecindario. Hemos aprendido a identificar los signos de una casa que pronto va a ser derrumbada. Al principio tiene un aspecto de vacío y abandono… el pasto crecido, jardines descuidados, y la cochera vacía… como si sus propietarios se hubieran ido a un largo viaje. Luego, suena «el toque de muerte» cuando erigen la cerca para el sedimento –una cerca especial una cerca especial para retener al sedimento para que no contamine los lagos

Normalmente la demolición llegará muy pronto después de que aparezca la cerca. En cuestión de días, a veces sólo dos o tres, la casa entera desaparece. Todo lo que queda es un parche de tierra en el pasto del lote. Se tumban las casas o porque carecían de lo que la gente busca en una casa hoy día, como aire acondicionado central o grandes baños con jacuzi, o porque eran demasiado pequeñas para ocupar un lote tan grande en alguna de las áreas más codiciadas de la ciudad. En cada caso fueron derribadas cuando una convergencia de factores hizo que fuera más económico, en el sentido más amplio del término, construir algo nuevo en lugar de hacer arreglos a la vieja construcción.

Observar que esto pasa cada día a mí alrededor, me ha dado una pauta para pensar en el cambio. Gerardo Muniello suele decir que un bebe con los pañales sucios es el único que busca el cambio, pero mi poca experiencia con los bebés me ha mostrado que a veces ni ellos lo reciben con agrado. Ya sea que nos guste o no, que estemos conscientes de ello o no, el ámbito de la iglesia está experimentando cambios que tienen un paralelismo con los bienes raíces en Orlando.

La globalización, la tecnología y la comunicación son algunos de los factores que están permitiendo una reproducción en masa de modelos de iglesia «exitosos» que, por ser más de lo mismo, extendiéndose más y más, me hace pensar en los suburbios. Por ejemplo, desde Alaska hasta Tierra del Fuego se puede encontrar congregaciones que han formado grupos pequeños usando el libro de Rick Warren, 40 días con propósito, o que han cantado alguna traducción de Canta al Señor de Hillsong Music de Australia.

La restauración del centro de Orlando tiene un paralelismo con el retorno a antiguas maneras de practicar la fe cristiana. Esto está pasando en una variedad de formas, como la recuperación de las disciplinas espirituales y el interés en la iglesia Ortodoxa o Celta así como el literal reclamo y renovación de los edificios religiosos que fueron abandonados por sus congregaciones y dejados para deteriorarse en los centros urbanos.

También existe la demolición, y no me refiero a los ataques externos como la negación de milagros por la Modernidad o de la verdad absoluta por el Postmodernismo; estoy hablando de una insatisfacción creciente, global y de profundas raíces, con los métodos y modelos asociados a la iglesia. De manera similar a la disonancia que Tim y yo sentimos entre nuestras vidas y la percepción tradicional de lo que es un misionero, muchos seguidores de Cristo sienten que hay una profunda desconexión entre sus valores y creencias fundamentales y las tradiciones y percepciones culturales relacionadas con su fe.

Algunas personas que viven en Winter Park han descubierto que les conviene derrumbar sus casas y comenzar de nuevo. Debemos contener nuestra nostalgia y analizar cuándo y cómo nos conviene hacer lo mismo. Por ejemplo, un amigo que tiene mas que veinte años trabajando con Cruzada Estudiantil, el ministerio reconocido por sus herramientas evangelísticas de gran impacto en el ultimo siglo, ha visto que los métodos antiguos ya no son eficaces para llegar a su grupo de enfoque: adolescentes y jóvenes posmodernos en Europa occidental. Él propone una demolición de modelos de evangelización que terminen en una aprobación intelectual a una serie de proposiciones lógicas. Él también lleva a cabo una deconstrucción de modelos que aíslan la proclamación de las Buenas Nuevas del proceso de discipulado e ignoran la importancia del acompañamiento espiritual y la comunidad en el proceso redentivo.

Hay una creciente conciencia de que los cristianos necesitamos salir de nuestro ghetto evangélico, con su cultura y su jerga, a fin de entablar una conversación con el mundo que nos rodea. Teniendo en cuenta los dramáticos cambios culturales que están ocurriendo a nuestro alrededor, el panorama eclesiástico deberá también deberá sufrir cambios.

Latinoamérica, 1996-2006

El «llamado» de Tim a «las misiones» provino de una estadística que leyó a fines de los años ochenta en la revista Youth Worker Journal [Líder Juvenil] afirmando que el 95% de los líderes capacitados en el ministerio juvenil vivían en Estados Unidos de América donde habitaba sólo el 6% de la juventud mundial. Entonces comprendimos que si nos dedicáramos a capacitar líderes, podríamos ayudar a equilibrar esta triste situación. El equipo de SEPAL en México nos ayudó a ver que el 50% de la población mexicana tenía menos de 18 años, de acuerdo con el censo de 1995, y, aunque las diferentes denominaciones realizaban eventos periódicos de motivación para adolescentes y jóvenes, prácticamente no había disponible entrenamiento específico para líderes juveniles. Dispuestos a poner nuestro granito de arena, el primero de enero de 1996 nos mudamos a México.

En aquel entonces la capacitación para el ministerio juvenil en los Estados Unidos de América parecía centrada o en métodos específicos (por ejemplo, cómo dirigir un grupo pequeño, enseñar de forma dinámica, realizar evangelismo creativo, etcétera) o en un modelo especifico, es decir un ministerio enseñaba como implementar su estrategia propietaria. No queríamos promover un modelo de ministerio juvenil, especialmente si se había creado el prototipo en otro país. Lo que sí queríamos era enseñar a los líderes principios básicos de ministerio emanados de la Biblia a fin de que, con base en estos fundamentos, ellos pudieran desarrollar modelos y métodos apropiados para su contexto único. Por eso, cuando conocimos un movimiento llamado Raíces, que provee «un entrenamiento basado en principios de trabajo de la Pastoral Juvenil, no en métodos o modelos», encajamos a la perfección.

Los años que hemos formado parte del equipo timón de Raíces, hemos visto lo difícil que es la transición de los principios a la práctica. Por ejemplo, Verónica, la encargada del ministerio juvenil en nuestra congregación en México, tiene una licenciatura del seminario, se ha dedicado a la pastoral de los jóvenes y adolescentes por años, asistió a la conferencia de Raíces en Guatemala en 2001 y trabajó como «formador» en tres conferencias durante los siguientes dos años, pero no fue hasta que pasó todo un mes trabajando en una comunidad que pone en práctica lo que Raíces propone enseñar, que sintió que al fin captó las ideas. Más aún, desde el momento en que Verónica comprendió la enseñanza en su plenitud, sigue siendo un gran reto darle cuerpo a todos los principios en su ministerio día a día. En su libro Confessions of a Reformission Rev.: Hard lessons from an Emerging Missional Church [Confesiones de un reverendo reformisionaria: lecciones difíciles de una iglesia misional emergente], Mark Driscoll describe una de las razones del por qué:
Uno de los más grandes inhibidores para mantener que una iglesia se dirija a su misión son las expectativas, declaradas o no, que la gente tiene de los líderes de la iglesia y sus familias. En una iglesia misional, el pastor que la dirige es el arquitecto que construye el barco y no tanto el capitán que lo pilotea, o el cocinero que lava los platos en la cocina, o el director de actividades que coordina las reservaciones de las canchas. El rol del arquitecto es increíblemente importante pero la mayoría de los pastores han sido entrenados para trabajar en un barco y no para construir un barco.
La arquitectura siempre me ha interesado, pero una conversación con un arquitecto reconocido por sus planos para escuelas en Argentina, me llevó a relacionarla con la iglesia. Tomando el té en su casa, le pregunté al arquitecto, Jeffrey, acerca de la arquitectura posmoderna. El postmodernismo estaba de vanguardia en el ministerio juvenil en ese tiempo así que me sorprendió cuando Jeffrey dijo que en los círculos arquitectónicos era cosa del pasado. Estaba fascinada con la oportunidad de dar un vistazo al futuro, así que le pedí que me explicara a dónde había llegado la corriente arquitectónica desde el postmodernismo.

Jeffrey me explicó que él estimula a sus estudiantes de arquitectura a investigar los modelos arquitectónicos que eran nativos a la zona donde iban a construir antes de que la forma de las estructuras fuera dictada por el estilo clásico, modelos que se habían ido desarrollando orgánicamente como respuesta a las necesidades prácticas de la región. Por ejemplo, me contó de una escuela que estaba construyendo en una zona de Argentina en donde el diseño de los edificios originalmente incorporaba aleros sobresalientes para dar sombra a las ventanas durante las tardes en que los rayos del sol pegan con mucha fuerza. Al tener en cuenta esta tradición e incluirla en su diseño, él fue capaz de mejorar significativamente la eficiencia energética del edificio y la comodidad de los estudiantes durante las tardes. Así que la arquitectura post-postmodernista, de acuerdo con Jeffrey, fue la unión de la sabiduría arquitectónica regional con la vanguardia de materiales y tecnología a fin de crear estructuras que satisfacen mejor la escala de necesidades de los individuos que van a utilizar el edificio.

Desde entonces, he recordado muchas veces esa conversación. El rol bíblico de los líderes no es llevar a cabo todo el ministerio que ocurre sino es «preparar al pueblo de Dios para las obras de servicio» (Efesios 4:11, 12). Sin embargo, para que los líderes sean arquitectos capaces de idear un modelo de ministerio que responda a las necesidades específicas de las personas que le rodean, necesitan la visión y las herramientas para llevar a cabo ese rol.

Hace varios años http://www.paralideres.org/, el sitio web que fundamos para proveer recursos y capacitación para líderes de adolescentes y jóvenes de habla hispana, llevo acabo «El concurso parábola» que invitaba a los usuarios del sitio a crear historias originales que expresaban las verdades contenidas en la parábola del hijo pródigo. A través de esta competencia, esperábamos proveerles a los líderes la oportunidad de pensar sobre el contexto actual, tanto de la cultura juvenil como de la iglesia, y la oportunidad de desarrollar una herramienta práctica para superar la enseñaza dirigida al intelecto con historias que llegan de forma más directa al corazón.

En busca de una forma para ayudarles a analizar lo que vi como la condición y el propósito de la iglesia, se me ocurrieron tres metáforas: un monumento, una veleta y una brújula.

Monumento—Esta imagen ilustra cómo funciona, generalmente, la iglesia institucional: da testimonio de algo que ocurrió en el pasado pero absorbe a la gente en su mantenimiento mientras, como resultado del paso del tiempo y los cambios culturales, pierde significado en la población general.

Veleta—Este tipo de congregación trata de corregir algunas debilidades inherente al modelo del monumento estando más en contacto con la cultura que les rodea, pero pierden recursos en el cambio constante y corren el peligro de permitir que la cultura, en vez de la palabra de Dios, le dicte qué creer y qué hacer.

Brújula—Me gustó esta imagen por su sencillez (la brújula no hace mas que señalar al norte y Jesús les pidió a sus discípulos que orienten a la gente hacia Dios, «Ir a hacer discípulos a todas las naciones») y porque no está relacionado con ningún lugar o cultura. Es portátil y puede usarse en cualquier situación.

Mi tratamiento original de estas imágenes fue simplista, pero con el paso de los años se ha ido desarrollado, convirtiéndose en herramientas que me ayudan a discernir lo que está sucediendo a mí alrededor y en mí interior.

6042 E. 13th St., Wichita, KS, EEUU

Mi mamá siempre se refiere a su casa, actual o anterior, por la dirección. Yo crecí en el 6042 –una casa de ladrillo que se hallaba en doce mil metros cuadrados de llanura que nunca había sido cultivada. Ya que a mi mamá le encantan las flores y a mi papá los árboles, mi hermana mayor y yo crecimos desmalezando los jardines con flores y plantas ornamentales y arrastrando mangueras largas por toda la propiedad para regar los árboles. Además de este mantenimiento general, cada año mi mamá nos asignaba, a mi hermana y a mí, un área para que plantáramos y cuidáramos nuestro propio jardín con flores. El mío se situaba debajo de la ventana de la recámara de mis padres. Me parecía un área muy grande para que yo la cuidara sola, pero afortunadamente varios arbustos ocupaban parte del espacio.

Tengo la idea de que pasé cada sábado de la primavera y verano trabajando en el jardín. Supongo que no fue estrictamente cada uno de los sábados, pero sí pasé mucho tiempo preparando la tierra para las nuevas semillas y plantas, construyendo unos bordes limpios para que el pasto no invadiera mis plantas y, desde luego, sacando las malas yerbas. De lo que aprendí en esos sábados, podría escribir un libro titulado Todo lo necesario, lo aprendí en el jardín. Me di cuenta de que invertir tiempo en una buena preparación de la tierra antes de sembrar ahorra muchas horas de desyerbar después. Aprendí la importancia de distinguir entre las plantas buenas y las yerbas malas cuando apenas eran brotes. Me di cuenta que es mejor desyerbar regularmente, porque entre más esperes más se esparce la hierba y las raíces llegan más profundo. Y, a pesar de mis esfuerzos de mantener un ambiente propicio, sabía ver que la vida, el crecimiento y la belleza del jardín vinieron de Dios.

En el libro Los cuatro amores, C. S. Lewis describe la interacción entre la vida de un jardín y el trabajo de jardinero:

…cuando el jardín está en todo su esplendor, las contribuciones del jardinero a esa gloria siguen siendo, en cierto sentido, despreciables comparadas con las de la naturaleza. Sin la vida que surge de la tierra, sin la lluvia, la luz y el calor que descienden del cielo, nada podría hacer él. Cuando ya ha hecho todo, tan sólo ha incentivado aquí, y desincentivado allá, poderes y bellezas que tienen un origen diferente…

Liberar este esplendor, permitirle ser plenamente lo que está intentando ser, tener árboles altos en vez de una maraña de matorrales y manzanas dulces en vez de ácida fruta silvestre, son parte de nuestro propósito.

Veo un paralelismo entre los jardines y la iglesia, el deseo del jardinero y de los miembros del cuerpo de Cristo: añoramos «liberar el esplendor» de lo que amamos. Lo cual nos lleva a preguntar, ¿cómo lo hacemos?

En la jardinería se debe saber qué clase de jardín quieres para identificar lo que hay que sembrar, podar, nutrir y cuales yerbas arrancar. Las metáforas pueden ser herramientas útiles en el proceso de análisis porque dejan fuera de la vista algunas cosas y hacen sobresalir otras, lo que nos permite ver más claramente. Veamos algunas metáforas que usó Jesús: el reino de los cielos es como levadura, es como una semilla de mostaza, como una red que se lanza al lago. Cada una de estas imágenes nos ayuda a enfocarnos en una característica particular del reino de Dios, sin perdernos en todos los detalles.

De igual forma las metáforas del monumento, veleta y brújula—con sus limitantes, como toda metáfora— han ayudado a que me enfoque en aspectos específicos del cuadro grande de la iglesia. Por años he vivido con una disonancia entre mi experiencia de iglesia y lo que añoro vivir. Estas metáforas me han servido de herramientas para mitigar esta tensión y me han dado una visión más clara de lo que la iglesia debe ser y no debe ser, lo cual me ha ayudado a discernir cómo y a qué enfocar mi tiempo y mis esfuerzos. A continuación voy a contar en detalle mi experiencia con cada uno de los diferentes tipos de congregación, en espera de que pueda serte de utilidad también. Quiera Dios darte ojos para ver lo que Él quiere que veas y oídos para oír lo que te está diciendo, a causa de, a pesar de, o independientemente de lo que aquí está escrito para gloria de Cristo y Su reino.
Hoy danos una nueva idea, una nueva visión
Que revolucione la vida y rompa la tradición.
Hoy revélanos tus misterios, tus verdades Señor
Que nos desafían y pongan a prueba nuestro amor.

Quiero discernir tus caminos y pensamientos
Para ser llevado como la barca es llevada por el viento
Nada ni nadie va a impedirme este recorrido
Pues es mi pasión, es mi convicción y es mi destino.
Dame una nueva visión Miguel Cassina
 
Creative Commons License
La Iglesia Portatil por Annette L.B. Gulick es protegido bajo una licencia Creative Commons Reconocimiento-No comercial 3.0.