jueves

Clinica Santa Maria, Santiago de Chile

Debido a que casi al final de un vuelo de Miami a Santiago Tim se desmayó, él decidió hacerse algunos exámenes médicos. Como resultado, pasé buena parte de tres días en la sala de espera de la Clínica Santa María. Afortunadamente era un lugar agradable; había buen café y alfajores, cómodos sillones de cuero, conexión gratuita y rápida a Internet, y una enorme ventana con vista a la ciudad. Una mañana, mientras bebía mi café y miraba los autos y peatones pasando, meditaba en que toda esa gente iba camino a algún lado. Si no fuera así, se hubieran quedado en casa.

En la brújula encontramos nuestra primera metáfora «misional» en vez de «atraccional», es decir, una metáfora que dirige la atención al hecho de que la iglesia es un grupo de personas que ha sido enviado con una misión, que va a algún lado con un propósito. Una brújula se relaciona con una misión en dos sentidos: la utilizas cuando estás tratando de llegar a algún lado y te acompaña en el trayecto (¡al fin hemos llegado a algo portátil!).

La brújula está construida de forma similar a una veleta ya que consiste en un objeto que gira sobre un eje; pero, a diferencia del puntero de una veleta, cuya orientación refleja las condiciones cambiantes a su alrededor, la aguja de la brújula siempre apunta en la misma dirección: al norte. Debido a que el norte es norte en cualquier cultura y en todo tiempo, en contraste con las otras dos metáforas, una brújula es a-temporal y a-cultural; en lugar de dirigir nuestra mirada hacia una cultura particular, al pasado o al futuro, se centra en una realidad sin tiempo que puede reorientar continuamente nuestra trayectoria.

Aquella mañana en Santiago miraba por las ventanas del hospital un buen rato, observando a hombres y mujeres bien vestidos camino a su trabajo y a los adolescentes y niños rumbo a la escuela cargando sus mochilas. Debido a que había estado meditando en la iglesia como una brújula, el hecho de ver todas las personas moviéndose con propósito hacia a su destino me he hizo preguntar: «Si la iglesia es una brújula, ¿hacia dónde se dirige?». Lo cual me llevo a cuestionar «Quienes nos llamamos cristianos, ¿qué vemos como nuestro destino?». Vinieron a mi mente dos imágenes contrastantes de cristianos: peregrinos en un viaje y miembros de un club social. A medida que pensaba en la diferencia entre los dos, se me ocurrió que tal vez tanta gente se siente tan cómoda y «en casa» dentro de las estructuras religiosas que llaman la iglesia porque creen que ésta es su destino.

Se esfuerza tanto en atraer a la gente a los programas y eventos dentro de los edificios que llamamos iglesias que sería lo mas natural que las personas sintieran que su presencia allí es una meta, especialmente si de niños recibían estrellas doradas por asistir a la escuela dominical. Sin embargo, siendo justo, si se le pregunta, muy poca gente diría que ese es el destino de su trayectoria espiritual. Una respuesta más probable es el cielo. Pero, cuanto más pienso en ello, menos convencida estoy de que el cielo, si esto significa un lugar al que vas después de la muerte, es la meta hacia la que se dirige el pueblo de Dios. Para reflejar de manera precisa el sentido general de lo que registra la Biblia, el destino hacia el que los cristianos nos dirigimos tiene que ser algo que está accesible ahora, aunque no lo experimentamos en toda su plenitud todavía.

A medida que estudio los registros de la vida de Jesús, veo que inició su ministerio hablando del reino de Dios (Marcos 1:15), cuando envió a sus discípulos les instruyó que predicaran del reino de Dios (Lucas 9:2) y, durante los cuarenta días antes de su ascensión, el foco de la enseñanza hacia sus discípulos fue el reino de Dios (Hechos 1:3). Toda mi vida he dicho «…venga tu reino, hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo…» pero ahora quisiera entender mejor qué estoy pidiendo que suceda. ¿Qué es el reino de Dios? ¿Será este el destino que Jesús ha señalado para los que le siguen?

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