lunes

Aquí y ahora

Estoy convencida de que la perspectiva de una persona está íntimamente ligada al lugar en que se encuentra y a los lugares en que ha estado. He visto que cuando realmente aprendo algo, es debido a una convergencia de factores tanto en mi vida interna como externa, tales como pensamientos, información, conversaciones, observaciones y experiencias personales. Una vez que he aprendido algo en un contexto, puedo entonces extraer el meollo de lo que he llegado a entender desde esta matriz y pasarlo a otras que están en otros contextos.

En The Contemplative Pastor [El pastor contemplativo] Eugene Peterson observa que, «Prácticamente todo en la Escritura está enraizado en lugares específicos y tiene que ver con personas que conocemos por nombre-–no hay abstracciones elevadas ni generalidades arrasadores…». Lo que escribo aqui tiene abstracciones y generalidades, pero, al menos los encabezados te darán una idea del contexto en el que las ideas tomaron forma.
Ahora es 12 de septiembre de 2006. Aquí: fisicamente estoy sentada frente a un escritorio en el departamento de Terence en disfrutando de una taza de té negro acompañado de rebanadas de manzana bañados en dulce de leche después de correr 3 kilómetros por el vecindario de Martínez, pero interiomente estoy viviendo una etapa de transision porque después de vivir diez años en el altiplano central de México, mi esposo Tim y yo nos hemos mudado a Orlando, Florida. Técnicamente, somos «misioneros con licencia», pero esas palabras tienen muy poco que ver con la manera en que nos vemos o con lo que estamos haciendo. Cada vez que tratamos de tener una conversación significativa sobre la etapa que estamos viviendo, sentimos una profunda desconexión entre nuestra vida, lo que amamos, y las palabras que usamos para describir ambas.

«Ahora que salieron de México —nos preguntan los miembros que son responsables del comité de misiones— ¿siguen siendo misioneros? ¿Todavía necesitan fondos de nuestro presupuesto para misiones?»

Les respondemos: «Seguimos dentro de nuestra organización misionera y seguimos haciendo las mismas cosas que cuando vivíamos en México, proveyendo recursos y capacitación para líderes de jóvenes de toda América Latina. Sólo que ahora lo estamos haciendo desde Orlando en lugar de hacerlo desde Toluca.» Sin embargo, sabemos que necesitamos encontrar una mejor respuesta porque las personas nos miran perplejas y no entienden cómo podemos servir a la gente que vive en América Latina si estamos viviendo en Orlando.

A seis meses de iniciada nuestra «licencia», estuvimos dirigiendo unos talleres para líderes de jóvenes provenientes de toda Sudamérica en la convención de Especialidades Juveniles en Mendoza, Argentina, la cuarta conferencia en que habíamos participado en el año. Cuando estábamos preparándonos para dormir después de un día pleno en el que pasamos un tiempo revitalizante con buenos amigos y colegas, sin mencionar el maravilloso privilegio de apoyar presencialmente a cientos de líderes juveniles, Tim me dijo: «Necesito una nueva vida. Una que no incluya la palabra “misionero"».

Cuando acabábamos de entrar a nuestra organización misionera, SEPAL (Servir Pastores y Lideres), a mediados de los 90’s, pensé que mi disgusto por la palabra «misionero» era simple orgullo. Me hacía evocar imágenes de gente de mediana edad mal vestida; gente de quien, en las palabras de Marianne Dashwood, «todos hablan bien, pero con quien nadie quiere hablar». Esas imágenes, formadas a través de años de asistir a incontables reuniones y eventos relacionados con las misiones mundiales, no tenían nada en común conmigo a mis veintitantos años. Pero ahora sé que la desconexión, entre nuestro llamado y el estereotipo que se ha asignado a los misioneros, es mucho más profunda.

En una conferencia acerca de misiones llevada a cabo por una de las iglesias que nos apoyan, le presentaron a Tim un misionero que trabajaba en Centroamérica. Debido a que trabajamos en esa región y a que siempre estamos buscando expandir nuestra red de compañeros de ministerio, Tim le preguntó al hombre lo que hacía. El misionero lo miró perplejo y dijo: «Soy misionero».

«Claro—respondió Tim—También nosotros somos misioneros, y proveemos recursos y capacitación para líderes de jóvenes a través de todo el mundo hispanohablante. ¿Qué hace usted?»

«Soy misionero».

Tim ya no tenía interés en trabajar con este hombre, pero estaba interesado en aclarar el punto-–no estoy segura de cuál punto exactamente…quizá el punto de que la palabra «misionero» no comunica adecuadamente todo acerca de la vida y trabajo de una persona, o tal vez el punto de que los misioneros deberían tener responsabilidades específicas—así que insistió, «Entiendo eso, pero ¿cuáles son sus actividades específicas cuando está en Honduras?».

«Soy un misionero, así que…–el hombre habló despacio y remarcando las palabras cuidadosamente, como hacemos cuando hablamos con alguien que pensamos que no puede entendernos—…predico en las iglesias, dirijo estudios bíblicos en hogares y visito a los miembros de la iglesia».

Hasta ese encuentro, habíamos olvidado que todavía existen personas así, gente cuyo acercamiento a las «misiones» no se ha desarrollado mucho en los últimos dos siglos, personas que se trasladan a un país en donde se ha conocido el Evangelio por más de cien años para hacer lo que la iglesia de esa nación podría hacer, debería hacer, y probablemente está haciendo. El mandato bíblico de hacer discípulos entre todas las naciones, etnias y personas no ha cambiado, pero las necesidades y el contexto de esas personas sí lo han hecho así como ha cambiado el mundo y el panorama religioso, de modo que nuestra manera de hacer el trabajo misionero tiene que cambiar o, al menos, ser examinado de forma crítica.

La angustia existencial de Tim y la mía, la disonancia entre la realidad de nuestras vidas y el vocabulario y las imágenes preconcebidas de la gente con la que interactuamos, forma parte de un cuadro aún más grande. «Las misiones» son sólo un elemento que forma parte de la totalidad de la iglesia, la cual se halla en la misma situación: la esencia de los principios bíblicos no ha cambiando, pero, debido a que el contexto en que se encuentra está cambiando, los modelos necesitan ser examinados y adaptados.

No hay comentarios:

 
Creative Commons License
La Iglesia Portatil por Annette L.B. Gulick es protegido bajo una licencia Creative Commons Reconocimiento-No comercial 3.0.