miércoles

Municipio de Bridgewater, New Jersey, EEUU

Pocos meses antes de que saliéramos de México, mi hermana mayor, que ya tenía un niño de dos años, dio luz a trillizos. Tim y yo habíamos discutido estrategias de cómo criar niños con nuestras hermanas y sus esposos, quienes, contrariamente a nosotros, son padres, y todos estuvimos de acuerdo en que la estrategia defensiva Hombre-a-Hombre es más efectiva que la de Zona. Los trillizos aniquilaron nuestro plan porque, con cuatro niños menores de tres años de edad en una casa, casi siempre te hallas en el plan defensivo de zona. Mis padres forman el equipo defensivo principal, pero, de vez en cuando, la segunda línea es llamada a salir de la banca. Esos somos Tim y yo.

Cuando los trillizos tenían dos meses de edad, fuimos a ayudar a mi hermana durante tres semanas. La vida se volvió tan loca que, frecuentemente a mediodía, andábamos todavía en pijamas porque no habíamos tenido tiempo de cambiarnos. Seis meses después, pasamos algunos días con ellos y, aunque todavía había mucha actividad, no sólo pude vestirme, sino que hasta pude salir a correr un par de ocasiones.

Una mañana cuando corría por un camino aledaño cercano a la casa, vi la imagen perfecta de una granja con su tradicional veleta en forma de gallo en lo alto de un silo rojo al lado del granero. Cuando me acerqué noté un letrero: «Huevos frescos recogidos cada mañana». Al llegar justo enfrente de la granja pude ver una mesa de picnic junto a un carrito para ventas ambulantes de comida anunciando: «Venga a disfrutar nuestros hot dogs». En lo que se me hizo patente que ese granjero en mucho tiempo no había plantado ni cosechado sus propios cultivos, me di cuenta que la veleta que había llamado mi atención, para ese momento, era sólo un ornamento y no una herramienta. Me imagino que en un futuro cercano, cuando esa granja sea adquirida por una compañía constructora, la veleta será vendida a alguien que quiera algo «colorido local» para su hogar.

Pasé el resto de mi carrera pensando acerca de la relación entre las veletas y los monumentos. Al principio, me parecían polos opuestos, pero, cuanto más profundamente los consideraba, más similares me parecieron. Primero, ambos son atraccionales; tienes que ir al lugar donde se encuentran para tener un beneficio de ellos. Segundo, para obtener un valor práctico de los datos que nos comunican, tenemos que interpretarlos y aplicarlos; y, finalmente, desde el punto de vista histórico, fueron creados para beneficio de toda una comunidad. Muchísimas iglesias y edificios de gobierno en las poblaciones de Europa y Estados Unidos tenían veletas en sus techos a fin de que todos pudieran aprovecharlas. Pero cuando una veleta se convierte en adorno arquitectónico en vez de ser una herramienta de predicción, cambia del enfoque comunitario al personal.

He estado en muchas congregaciones cuyo estilo me recuerda una veleta ornamental: lo que en un momento estuvo en contacto con el presente y orientado al futuro se ha convertido en un recuerdo nostálgico del pasado. Por ejemplo, cuando la Iglesia San Pablo se estableció en Toluca en 1980 era tan «progresista» en su estilo de alabanza que, las otras iglesias de la denominación, la excluyeron. Pero, la innovación musical no ha continuado; cuando un amigo, que había sido el baterista original, vino a visitarnos nos dijo que las canciones que cantamos ese domingo eran las mismas que él tocaba casi veinte años atrás.

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